viernes, 9 de mayo de 2008

Co(razón) collage


Co(razón) Collage:
los designios de la pluralidad.

El color cruza la estancia primitiva de lo sabido, de lo recordado en aras de los otros. Romeo Galdámez, apóstol de la pluralidad, empuña la diversidad y se sube al torrente de lo contemporáneo con la convicción de que todavía palpita un co(razón) latinoamericano que ha dejado de ser aldeano: la palabra y la imagen se han vuelto en él un universo plástico que ha raptado esa revolución íntima, la de Martí y Roque Dalton, la del tiempo que acaece en el decir de sus calendarios, de los collages plurifuncionales, la de la identidad fragmentada por el destino y la imagen. Al Maestro no le esperan ni el decir ni el hacer, porque todo lo que transita por ellos le pertenece, se los reapropia mediante la única manera de hacer verdaderas las cosas: apostarse y morirse con ellas.

Conocí al Maestro en la efervescencia del proyecto, una noche de memorabilia atávica compartida con Juan García Tapia y Edmundo Rodríguez. La palabra de esta horda poi(é)tica me dio lo más preciado que puede tener un ser humano: los recuerdos repartidos a destajo, embarrados en las paredes del tiempo, destazados por la imprecación del presente. Mi voz, la que habla de Galdámez, es una voz que nació también aquella noche, una voz que le era enseñada una Morelia y una América Latina antes desconocida: la de mis recuerdos de El Salvador transfigurados por la plástica de Galdámez, la de mi estancia moreliana sumergida en la palabra.

"El mundo es de quien lo habita y, sobre todo, de quien lo narra", diría por ahí una verdad rulfiana, fácil de trasladar al universo iconográfico de Galdámez: el mundo sabe a imagen cuando ella se vuelve mundo. No le agradezco al Maestro compartir su espacio vital conmigo, esto de suyo es una vocación ontológica en él. Le exijo lo sabido por todos: seguir sembrando por el mundo los designios de una pluralidad visual que hoy se ha convertido en un co(razón) colectivo.

Gustavo Ogarrio
Morelia, Michoacán, México Junio de 1998.
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Operación Collage
...de fragmentos e identidad

Somos seres fragmentados y sólo el débil y caprichoso hálito de la memoria nos dota de cierta intuición de identidad. En efecto, a lo largo de nuestra existencia vamos acumulando capas de distinta textura , color, dimensión e identidad; pasado el tiempo, cuando alguien nos lo recuerda, nos sorprendemos y preguntamos, ¿ De veras dije yo eso?, cuando tenemos en la mano un libro subrayado por nosotros mismos, cuando vemos una foto que nos rescata un momento perdido o cuando leemos las cosas que en otro tiempo escribimos, quedamos, un instante, suspensos y de nuevo nos asalta la misma pregunta, , ¿ qué me movió a subrayar esto?, ¿ qué hacía yo en tal lugar?, ¿ qué quería decir en aquel párrafo?.
Y experimentamos fugazmente el desasosiego de ser extraños para nosotros mismos.

De la misma manera , en la vida cotidiana nos vemos obligados a poner y quitar distintas máscaras diferentes entre sí: en el ámbito doméstico, en el trabajo, en la calle, en una reunión social nos movemos, gesticulamos, nos presentamos, en suma, de las más diversas maneras. Y, asimismo, dentro de nosotros mismos cohabitan indefinidos espacios: uno para nuestra forma de ver e interpretar el mundo, otro para encarar el universo político, uno más para nuestros juicios morales, en fin, aquel de más allá nos orienta para calibrar la dimensión estética. Somos seres fragmentados.

Es por eso que el collage, en su hábil superposición de planos , formas y técnicas represente mejor que ninguna otra forma de expresión artística nuestra propia dimensión proteica. El collage, así, nos dispara la vista de todas las direcciones en un aparente vertiginoso torbellino, pero, en función del orden en la que contemplemos, la obra de arte transmitirá una idea u otra. En rigor, no hay orden preestablecido, sino aquél que cada uno de los espectadores quiera darle y, aún así, en cada ocasión que la observemos, encontraremos nuevas evocaciones.

Jesús Romeo Galdámez transita a medio camino entre el collage y la ortodoxia figurativa; no es para ello nada desacertado el título que rubrica esta muestra, Operación Collage. Porque sus serigrafías son otros tantos registros de la memoria, no sólo de la memoria propia, de su memoria, sino también de otras memorias errabundas por el mundo: el sobre con el clásico distintivo de air mail, las fotografías de escenas románticas de color sepia guardadas en aquel cajón lleno de cosas maravillosas para la erótica balbuceante imaginación infantil, la presencia del clasicismo de Botticcelli, las fechas emblemáticas que pretenden fijar la historia, los santos que arropan las creencias populares, el omnipresente código de barras en el estuchado de todos los productos , la foto del joven con pelo largo y barba evocador de la airada generación rebelde comparten el espacio visual con otros elementos dispersos sobre una superficie en apariencia caótica, revuelta , caprichosa. Sin embargo, a poco que venzamos la pereza de una contemplación pasiva, exclusivamente sensorial, nos topamos con la obra de Galdámez con la coherencia de nuestro ser fragmentario. Reconocemos en el hilo, en la cuerda, en la trama la urdimbre que da una sutil lógica a esa obra, es el hilo de la frágil memoria, pero, a la postre memoria , es la cuerda que anuda nuestras aparentes partes descoyuntadas, es, en fin, la débil trama que nos contribuye como lo que somos.

Ahora bien, de la misma manera que nuestra capacidad de evocación no es una mera instancia registradora que se limita a levantar acta de unos recuerdos petrificados en las sentinas de nuestro ser, sino que en cada ocasión vivifica y colorea el pasado con las experiencias que le siguieron, y ése es su compromiso, así también, la obra de Galdámez no es un simple ejercicio de fósil nostalgia estetizante, al contrario, esa obra, abierta y receptiva a lo que va emergiendo en el entorno, lejos de congelar el recuerdo y deleitarse
en él, lo enriquece con aquellas otras vivencias, afanes y formas que la fueron asaltando.
Al cabo, la obra de Galdámez es, qué duda cabe, fragmentaria, por eso nos subyuga, porque lo es como nosotros, como nosotros.


Juan Álvarez

Morelia, Michoacán, México.
Octubre de 2001.
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Imágenes.

Por el arte de Romeo.


A las sirenas
las conoce
por su fulgor de agua.

Tiñen paradojas y
fluyen laberintos.
Caudal líquido
las formas,
con límites trazados
a la claridad
de la conciencia,
derraman sus historias.

La identidad ajada
se transfigura
en desafío.

Bajo la plancha, heridas,
a la mirada, co(razones) con (vertidos).


Sara Elena Mendoza
Ciudad de México, junio de 1998.
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Galdámez, Maya
y el Collage que somos.

Journey.
Un día el joven conoció la psicodelia que inyecta una idea-luz y viajó. En su viaje fue recogiendo sombras, silencios y fuegos. Los guardó en su papel canasta de la percepción y creó un sueño de hombre cuya provocación última sería la yuxtaposición de seres invisibles, esto, es, un ser postmoderno.
En aquellos días, olas y nubes cayeron sobre el papel y rebotaron cientos de imágenes cuyo origen fue la música, no el dibujo como pudiera considerarse, el sonido armónico: el acorde.
Las notas saltaron para conformar una lluvia ácida y la conformaron. La lluvia en su salpicar, moldeó un arma que representaba la posibilidad, hasta entonces incierta, de un genero humano verdadera y definitivamente cósmico. El cosmos en el ser y el ser como cosmos. Collage latino, llamó el joven viajero a ese alma. Años, padeciéndole y confrontándole; cientos de días, dibujándole e invocándole; una hora, mentándole.
Y al collage latino le llamó América: el lugar donde la sabana es un enorme latido de Dios…

América Incógnita
El joven transitó territorios inundados de adivinación y encanto y conoció en una costa sin nombre a la niña Maya.
Juntos corrieron las Pampas y su milonga rica, la Cordillera Andina y su edénica melancolía de cielo cerca, los Océanos y sus costados escarpados de poesía y samba, el gran Amazonas y su furia neolítica, el Caribe y sus tambores africanos, el sol y su inexorable vehemencia.
Conoció la complexión de una piel señalada por el mestizaje y por la libertad del sueño. Una piel sin raza aparente, raza en si, animada por las virtudes de la exaltación y el arrebatamiento, podría escribirse, del embeleso o hechizo y todo resultaría casi cercano a una verdad conocible sólo por el roce o el sudor, por el baile o la rumba.
El joven rumbeó con Maya. La tomó por la cintura y posó su efervescencia mesoamericana en el vientre azul de la niña, mientras coloreaban movimientos esféricos y salsa, y merengue y fueron merengue y salsa sus cuerpos eclipsaron al tiempo sugiriendo creación, y la inmensidad se tradujo en compás, y otra vez la rebelión que somos, americanos salvajes, bailando a razón de una estampa intrincada de formas, ilustraciones y de ideas.

El joven y Bolívar.
El joven comprendió el desarreglo intelectual de sus contemporáneos y les dibujó flores y monedas en los ojos. No pasó nada. les acuño agua del Amazonas y santería afroamericana del cerro de Maria Lienza en la boca y tampoco. Les anunció la palabra de Dios en el fin del milenio humano a través de consignas y voces y menos.
El joven se vio obligado a hacerle el amor al polvo que difuminaba Maya para engendrar un espíritu universal que reanimara y elevara a los mozos sumidos en la desilusión. De la concepción aquella surgió Bolívar. Lo alzó y lo asiló en su papel-canasta de la percepción, lo enlazó al indígena y a la cebra neoliberal, le rayó una estrella en la frente y una flecha celeste en la mano izquierda para rescatar el tono musical que abrigaba su forma independentista, y le dio vida, y volvió al mundo su discurso, y lo hizo imagen y semejanza de él mismo.
Bolívar al borde de la impresión que lo justificaba global, resucito de entre los muertos y fue sol de una generación sombría, fue, como siempre ha sido, fuego de su propia imagen espiritual y de su compromiso liberador.
Y alumbró las caras pálidas de la juventud latinoamericana, y resucitó su pulso alicaído.

Galdámez, Maya y el collage que somos.
En su viaje a través de la tierra incógnita latinoamericana, el joven desveló la cara de la postmodernidad y descubrió a un Bolívar renovado. Bolívar postmoderno y todas las incalculables imágenes hechas idea que proponen sus arrugas legendarias, sus reflexiones imposibles y sus idealizaciones universales.
En la mirada de Bolívar, una raza_; nosotros, progenie sin rostro, hijos de Maya y de un apunte de Galdámez, explicándonos collage y conociéndonos diminutos elementos de una gran aldea de ideas y de imágenes yuxtapuestas.
Nosotros, morfología inexacta de un collage transcultural prometedor de cambios y de sueños nuevos, americanos globales, sin territorio: cósmico.

Gustavo Tobar Arroyo
Morelia, Mich, Julio de 1998.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vale colega salvadoreño, interesante tu trayectoria y la obra, como elocuentes el poema para tu arte y el texto sobre el joven Galdámez. He disfrutado mucho haber caído por aquí.